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sábado, 4 de septiembre de 2010

La irrealidad de la realidad

Cierra los ojos, toma aire, siente como entra lentamente en tus pulmones. Como insufla energía por todos los recovecos de tu cuerpo. Llevando el oxigeno hasta el más minúsculo capilar de la piel. En ese momento, intenta no pensar en nada, hacer el vacío en tu mente, despejar las ideas y abrir en ese momento los ojos de nuevo.


Ahora, mira a tu alrededor. Nada tiene sentido. Todo lo que existe en nuestro entorno es tan consistente como el sueño de media noche. Y sin embargo, aun teniendo la inmensidad del espacio, del tiempo, de las incontrolables fuerzas de la naturaleza sometiendose las unas a las otras constantemente y sometiendonos a nosotros y nuestros pensamientos en la misma trifurca. Seguimos adelante.

Para escapar de ellas, de las leyes que todo lo rigen y que dentro de este incoherente transito fugaz que es la vida, no existe camino alguno. La vida, la muerte, el dolor, el amor, el odio, el deseo y la duda. Todas ellas constantes de una infinidad de existencias posibles.


El sueño que vivimos duele, y el dolor nos hace ser reales. El amor, nos recuerda que el dolor es una de las formas en las que podemos comprender nuestra existencia, como la exhalación de aire nos recuerda que más tarde debemos inspirar para seguir viviendo.


El dolor es la parte de la vida que nos hace comprender el valor de la amistad, el amor, y destruir la sensación de soledad con la que nacemos por ser simplemente humanos. Pero el amor cobra sentido, como todas aquellas cosas que merecen la pena en la vida cuando hemos aprendido que el sufrimiento se esconde tras la mas inesperada de las puertas que abrimos con total confianza e irresponsabilidad.


Con ello, una única constante variable. El tiempo, que se lleva cada instante de nuestra existencia para esconderlo en el olvido de la eternidad inaccesible del pasado porque sin ello no podría brindarnos la oportunidad de vivir otro instante nuevo.


El precio de poder vivir, es saber que todo debe terminar. Y que el coste de poder elegir, es saber que no podrás cambiar las cosas que hagas al abrir las puertas que decidas cruzar.

La vida es contradicción, miedo, ira, amor, odio, pasión y egoismo. Es sueño, y pesadilla, es caos y orden supremos. Y sin embargo es todo esto a la vez y ninguna de todas simultáneamente.


Es pretencioso querer marcarse un destino, cuando no somos mas que una mota de polvo flotando en la infinidad de un espacio lleno de bestias que devoran mundos. Y en nuestro oasis, en medio de una lejana estrella a las afueras del vacío creemos que todo es eterno. Y que siempre escogemos donde vamos.


No somos nada más que una chispa instantánea que salta al chocar las dos enormes fuerzas de la naturaleza. La vida y la muerte. Que nos dan la posibilidad de ver, oir, tocar, sentir, escuchar y temer el mundo que nos da cabida. Por contra, ¿qué nos queda? Nada, pues el viento se lleva nuestras cenizas, el recuerdo de los que nos conocieron se pierde con el recuerdo de los que les conocieron a ellos.


Y en un momento, casi eterno, pero finito, todo desaparecerá para quedar tras él, el más profundo de los silencios.