
Con la finalidad de encontrar un espacio vacío en el que pueda sentirme libre, recorrer mis pensamientos sin miedo a ser juzgado, y pensar que todo lo que me duele de esta realidad desaparezca sin dejar rastro. Dejando un enorme cráter en su lugar, dando me la esperanza de poder empezar de cero, y que con la ayuda de todos aquellos que piensan de la misma forma se edifique un mundo mejor.
Desde que nacemos, y el primer empujón de aire llena nuestros pulmones, no dejamos de crecer, no obstante todos estaréis de acuerdo conmigo en que crecer no es lo mismo que mejorar.
Crecemos tanto como entes vivos, humanos, cuerpos físicos que se desarrollan siguiendo un programa estricto y natural como mentes que aprenden de la vida lo que la vida desea enseñarles.
Dentro de esa enorme generalidad que nos describe existen ilimitadas posibilidades de interpretación de la existencia. Tantas como la cadena genética que nos define pueda dibujarse manteniendo la esencia que nos hace humanos. Tantas como una vez definida esa secuencia las interacciones caóticas del producto de estas nos hagan navegar por los momentos que suman nuestra vida.
Así pues, no es complicado imaginar en que debe existir un mecanismo inherente a nuestra naturaleza que va más allá de como es nuestro cuerpo o como crece nuestra mente. Un mecanismo que está por encima de nuestra propia naturaleza como especie, y que se define por la propia conveniencia de la supervivencia del ser dentro de un universo que no puede controlar.
Muchos llaman a este mecanismo la sociedad, la suma de interacciones humanas reguladas por un conjunto de normas y deberes. De nuevo escogidas a conciencia y por conveniencia entre las partes implicadas.
¿Es entonces la sociedad el producto de nuestro intelecto? ¿No estamos obligádamente unidos los unos a los otros por la necesidad de aumentar nuestras posibilidades de supervivencia y no por nuestro condicionamiento natural?
Es una pregunta tan antigua como la propia existencia de la civilización, de los grupos reducidos de personas que vestidos con pieles vivían en cuevas escondiéndose con pavor de las bestias que acechaban entre las sombras.
Conveniencia o impulso natural.
Son dos posibilidades nada alentadoras sobre la constitución de la cultura, la materia social y la amalgama política de nuestras relaciones interpersonales.
Y dentro de esta amalgama que llamamos sociedad, un conjunto de acuerdos y normas escogidos por acuerdo entre las partes implicadas. ¿Cuantas posibilidades tenemos de configurar el mundo?
Sinceramente, tantas como acuerdos seamos capaces de imaginar. Algunos de esos acuerdos o configuraciones llevarían al odio entre las partes, otras llevarían a la riqueza de muchos contra la existencia mediocre de otros tantos. Lo cierto es que la mayoría de ellas, como un sumidero del que no se puede escapar, acaban con una inmensa parte de las personas sometidas a las decisiones representativas de una minoría "cualificada".
Dictaduras, monarquias, regímenes monopartidistas, oligarquías y incluso democracia parlamentaria son métodos de gobierno en los que una sección del pueblo es sometida a las decisiones representativas, o no, de una minoría dominante.
¿Y quienes son esos señores del destino? ¿De donde vienen esos avatares de la ingeniería social que trazan los planos de una constitución social siempre eficaz y verdadera?
Muchos ocupan esos cargos porque son la hoja que mecida por el viento en medio de una tormenta de caos y destrucción acaban guarecidos en el resquicio de una roca lejos de la lluvia, el viento y la devastación total, no por el esfuerzo que ellas, hojas inertes e incapaces puedan realizar, si no por la confluencia de miles de parámetros que sumados dan como resultado el hecho de haber llegado a un lugar seguro.
Muchos, sin mentir la mayoría, no disponen de las aptitudes necesarias para desempeñar las funciones a las que esa tormenta les ha destinado, de hecho acogiendome al conocimiento de la probabilidad, es seguro que no.
De esta forma terminamos dominados no por la capacidad de construir un mundo a nuestro antojo, si no por ser capaces de remar en una dirección más o menos orientada dentro de un tifón que todo lo engulle. Y no son los fenómenos naturales, ni la incapacidad de comprender el universo hasta su mismo origen. Si no la incapacidad de diseñar un mundo en el que tenga cabida la justicia y la igualdad entre los miembros.
Muchos han intentado hacerlo, y corrompidos por la perspectiva del poder han olvidado su objetivo deleitándose con los medios para conseguirlo. Y al final, su miedo a perecer por las criticas de los que son sometidos emborrona el fin de su existencia para convertirse más en supervivientes que en ingenieros sociales.
Y de esta forma la rueda gira desde hace miles de años. En un mundo en el que cada vez somos más, y cada vez contamos menos. En una existencia en la que ha desaparecido una exclavitud pornográfica para vivir bajo el yugo de una exclavitud consensuada. Pero meras ovejas dentro del redil y meras piezas dentro de un puzle enorme que la mayoría de los creadores del mismo no saben tan siquiera completar.
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